sábado, 5 de febrero de 2011

¿Sociedad igual vulnerabilidad?

“La masificación suprime los deseos individuales, porque el Superestado necesita hombres-cosa intercambiables, como repuestos de una maquinaria”.

Ernesto Sábato
“Hombres y engranajes”


Bien es sabido que el Estado de un país nace ante la proclive necesidad de un grupo de individuos de proteger, ordenar y administrar -a través de diferentes organismos- el nacimiento de la flamante sociedad de la que pretenden formar parte.

También se sabe que por su naturaleza, al hombre se lo ha considerado desde siempre como un animal solitario; que piensa, razona y acciona por si mismo, capaz de resolver las más complejas situaciones, de modificar su entorno mediante sus acciones. Pero es menester mencionar la dependencia que tiene hacia otros hombres, dependencia que se relaciona directamente con el saciar de sus demandas y apetencias.

Desde la prehistoria, el ser humano sintió el apuro, el hado de cohabitar con otros individuos para sobrevivir; se dio cuenta que en su estadía de soledad no podía cazar –por si solo- las enormes bestias y así satisfacer sus necesidades de alimento, vestimenta y vivienda. Comprobó en carne propia lo débiles, vulnerables y frágiles que son las personas ante determinados actos.

Hay varios artículos referidos al narcisismo y la pedantería del ser nacional, ese gen distintivo que nos persigue a todos lados y del cual no podemos escapar, pero ahora quisiera fusionarlo con las vulnerabilidades con las que el individuo social lucha cotidianamente. Vulnerabilidades, que por otra parte, están muy aferradas a estas dos características.

Cuando hablo de vulnerabilidades, estoy hablando de aquellas debilidades que hacen a la vida diaria del hombre, aquellas a las que todos estamos propicios, aquellas que nos toman como rehenes voluntarios o involuntarios, aquellas que -dentro de una sociedad más permisiva y condescendiente- se fortalecen a favor de los atracadores repulsivos de un sistema cada vez menos pluralista.

Fueron esas debilidades, esas vulnerabilidades las que llevaron al hombre a formar parte de una comunidad. Una comunidad enmarcada dentro del gran aparato Estatal. Un aparato estatal que lo arrastró a convertirse en una cosa, en un mero instrumento. Un instrumento que sólo sirve a los fines y exigencias del propio poder político.

De esta forma, el ser humano se deshizo de su condición de “animal” solitario para mutar en un “animal” social.

En sociedad el hombre se percibió seguro, protegido, resguardado. Se sintió parte de un lugar, de pertenecer a una colectividad en la que nadie puede dañarlo, acusarlo, ofenderlo, mal tratarlo o difamarlo; sintió que todos sus derechos, como actor social, estaban asegurados. Aprendió a generar normas y estructuras, reglas de convivencia, estableció jerarquías y roles, aprendió a valorarse y a valorar a los demás, estableció sus propios códigos de ética y dejó impresas –por necesidad y protección- sus trascendencias en las generaciones futuras.

¿Pero, qué ocurre cuando esta maquinaria política se vuelve en contra de la misma sociedad? ¿Qué pasa cuando comienza a perseguir mociones individuales para favorecer a ciertos estratos poco afables a los intereses sociales? ¿Qué ocurre cuando es el mismo Estado el que trastorna a la sociedad y empieza a reflejar las debilidades y vulnerabilidades de cada individuo?

Son estas debilidades, estas fragilidades las causantes –en gran medida- de quedar expuestos ante los más infames persecutores de la imagen de un país y, por lo tanto, quedamos volátiles ante dicha imagen.

Ya sea el reflejo de una imagen positiva o negativa, siempre estaremos condenados a sobrellevar la infructuosa seña que nos da la realidad de la sociedad adictiva en la que vivimos y de la que no podemos o no nos dejan escapar.

Es propicio atender estas adicciones antes de que nos consuman por completo y dejar de sentirnos intoxicados para empezar a respirar, una vez más, ese sentido propio de identidad individual. Aunque es difícil, no imposible. Sólo resta levantar la voz un poco más alto y comenzar a dilucidar un nuevo accionar social.

Dod 2011

jueves, 14 de enero de 2010

Individualismo colectivo

Es difícil expresar una idea en unos pocos renglones, y más aún lo es expresarla sobre todo un pueblo que -gracias a Dios- y a mi manera de ver, sigue manteniendo su “identidad” por sus propios caracteres individuales.

Esos caracteres que conforman al “ser nacional” y que se han transformado en una metáfora bien forjada por aquellos supuestos intelectuales de nuestra historia, supieron ver en la reciente personalidad del argentino un libro en blanco y a la cual moldearon a gusto y semejanza.

El individualismo y la falta de compromiso, forman parte de estos caracteres del “ser nacional”, nos guste o no, y debemos aprender a vivir con ellos dentro de una sociedad llena de apetitos personales, la que pretende mostrarse al mundo como una comunidad pluralista.

Con pluralismo nos referimos a la existencia de diversas estructuras sociales, organizaciones gubernamentales y no gubernamentales, valores y acciones que conviven dentro de una misma comunidad.

Una sociedad pluralista no conoce de individualismo ni de falta de compromiso, sólo se deja llevar por la corriente abrasadora del colectivismo ciudadano en un espiral de igualdad, tolerancia, respeto y convivencia mutua.

El concepto de colectivismo esta muy arraigado a las raíces de cada pueblo. No es extraño que en un país como el nuestro ese concepto sufra de un revés en su analogía cotidiana.

El identikit nacional replantea al individualismo como una suerte de dogma en donde la falta de compromiso es su aliado más potente.

Es decir, que el individualista nunca se va a comprometer con nadie más que consigo mismo. Esto hace que los más débiles se encuentren perdidos tras las cortinas sombrías de un “no es mi problema, soluciónalo como puedas”.

Un ejemplo, podría ser lo ocurrido en diciembre de 2001. La gran manifestación popular de ollas y cacerolas pudo unir a todo un país en una suerte de pluralismo social, el que, por otra parte, nunca existió.

Al pensar en las verdaderas causas de esa ola de descontentos –corralito financiero- nos damos cuenta de que la razón fue individual, enmarcada dentro de un contexto colectivo.

Mikel Dufrenne, basándose en Abram Kardiner (1891-1981, antropólogo y psicoanalista estadounidense), considera que existe una “personalidad básica”, una configuración psicológica propia de los miembros de una sociedad que se manifiesta en un cierto estilo de vida sobre el cual los individuos bordan sus variantes singulares. Esto constituye la base de la personalidad para los miembros del grupo, la matriz dentro de la cual se desarrollan los rasgos del carácter.

Esta personalidad base se llena de apetitos personales, transformándonos en esclavos de una realidad que, muchas veces, resulta nefasta. Son los mismos apetitos que nos llevan a confrontarnos con nosotros mismos. Confrontaciones que nada tienen que ver con lo plural.

Esa nada agraciada pluralidad fue heredada de nuestros antepasados y se hace evidente a lo largo de la historia convirtiéndose en una suerte de paradigma nacional.

Este paradigma que poco a poco se fue aferrando a la identidad del pueblo argentino, es el que hoy nos hace ser lo que somos frente al resto del mundo y frente a nuestros pares.

Esa libertad de accionar por cuenta propia, esa habilidad de no comprometernos, ese pensamiento tan narcisista y pedante, esa forma de sacar provecho de las situaciones, de pensar en nuestro propio gallinero, de no ver más allá de la punta de la nariz es lo que nos ha llevado a pararnos en el terreno de un pluralismo relativo.

Para finalizar, se podría agregar que aquellas viejas utopías de superación no lograron afianzar una personalidad con características diferentes y menos en un pueblo en el que el concepto de colaboración nunca creció lo suficiente como para comprometerse al cambio. Un cambio que poco a poco y gracias a ciertas personalidades nefastas de la historia quedó relegado del proyecto de identidad del “ser nacional”.

viernes, 20 de noviembre de 2009

“La fuerza de la razón” de Oriana Fallaci

El publicar un libro en el que se debate el cambio de una sociedad, de sus creencias, sus verdades y libertades en contraposición a las facetas humanas más débiles y poco argumentativas de la historia, no siempre hace -por un tema de conveniencia- que los hombres estén dispuestos a emprender el difícil, pero alentador, camino de la verdad y la razón.
Estas conveniencias son las que pretenden ser irrefutables a los ojos de una humanidad que no conoce de pluralismos, pero que a veces encuentra su talón de Aquiles, su Nietzsche, su anticristo encerrado dentro de un individuo al que no le asustan los retos. Las supuestas traiciones que proclamamos hacia los demás y que muchas veces pretenden inculcarnos, pueden llegar a ser tan virtuosas como nuestros peculiares apetitos. Estos apetitos son los que llevan a los efímeros a quemarse en la hoguera o ser encarcelados de por vida por los verdaderos profanos de la verdad.

La indignación se mezcla con la rabia y la rabia no encuentra el desahogo necesario para reflexionar con certezas. Los sentimientos se mezclan sin dejarnos pensar en otra cosa que no sea la injusticia que, día a día, va comiendo nuestras libertades.
Cuando hablamos de falta de libertad, estamos refiriéndonos a la falta de democracia, a la falta de una razón para conllevar las guerras personales.

En el libro “El arte de la guerra”, Sun Tzu, da una importante lección acerca de cómo prepararse para ganar una batalla, de cómo defenderse ante el enemigo y de cómo aprovechar las debilidades de los demás. Ahora, ¿Es posible lograr la paz sin hacer la guerra?
En un mundo utópico en donde la humanidad no esté dominada por la ley del más fuerte, se podría lograr. Pero hay que recordar que la virtud del guerrero se fortalece en el campo de batalla y por lo tanto, cuanto más se batalle más virtudes se le reconocen.
Las virtudes son las que nos hacen ser lo que somos y no podemos ser menos de lo que pretendemos ser. Al contrario de los pacifistas -esos delatores impuros de la prudencia- la hipocresía de la raza humana no deja que los nuevos amaneceres de la razón comiencen a devalar sus cuadros de fraternidad.
Sin duda, la guerra es un acto de pasiones e intolerancias, de bestialidad pura, que sólo pretende consagrar a los reyes de la discordia en el templo de la vida.
La vida se preserva luchando, sin lucha se termina la vida.
Cuestión esta última, que tienen bien en claro aquellos que glorifican la muerte por sobre la vida a raíz de mantener esas pasiones e intolerancia, tanto ideológicas, religiosas, como dogmáticas, intactas y que pretenden imponer ante un mundo cada vez más devastado.

Si peleamos por defender la vida en contra de enemigos internos, cómo no vamos a pelear por defendernos de enemigos externos.
Los derechos de un individuo terminan donde empiezan los derechos de otro. Pero no siempre es posible equilibrar la balanza.
Se crean, a nuestras espaldas, intereses que sobrepasan esos derechos y nos mantienen prisioneros en una suerte de “esto es así, te guste o no”.

El caso de los extranjeros y sus derechos dentro de una sociedad que no es la propia, pone de manifiesto que las personas se encuentran desprotegidas ante la posible envestida institucional, ya que estos mismos intereses creados son culpables, en mayor o menor medida, de la intolerancia y el rechazo que sufren los foráneos por parte de la comunidad de un país. Al ver que sus libertades están siendo debilitadas, se dejan abarcar por un pluralismo relativo.


Hoy en día se trata el tema de la moral religiosa con un poco menos de privacidad.
Hablar de moral religiosa es hablar acerca de las creencias. Creer en la existencia de un Dios todo poderoso, un Alá o un Buda no necesariamente significa que estemos de acuerdo, moralmente, con todas las normas y pensamientos de la religión Católica, Islámica o Budista.
Hay quienes se resisten a creer y sobre todo a ser engañados.
A través de los tiempos, las religiones se han enfrentado unas contra otras a favor, según dicen, de proteger la moral del hombre, pero carecen -muchas veces- de fundamentos lógicos. Y esto es lo que lleva al ateísmo colectivo.
Por otra parte, los que deciden creer lo hacen por una cuestión cultural de cada pueblo, aunque a veces esos pueblos se vuelven fanáticos en sus credos y son los mismos que, por arrogancia, deseo, autoritarismo o cólera pretenden impartirlos como verdades indiscutibles.
Argumentos que la escritora Oriana Fallaci refleja enérgicamente en sus obras y cuya extensa carrera como periodista la llevó a ser corresponsal de guerra en diferentes conflictos del siglo XX, Vietnam, Oriente Medio, Pakistán y Latinoamérica. También logró entrevistar a numerosos líderes y celebridades de su época como Federico Fellini, Sean Connery, Mao Tse Tung y John y Robert Kennedy.
Nacida en Florencia en 1930, su estilo literario es apasionado, controvertido y polemista, siempre fiel a sus posiciones liberales y laicas. Ha tocado todo tipo de géneros, desde la opinión, a los reportajes o la entrevista. Cada título de su trilogía sobre el Islam vendió un millón de ejemplares. Sus libros se han vendido en más de 30 países. Fallaci escribió para muchas publicaciones italianas, europeas y americanas, entre ellas: Corriere della Sera, Le Nouvel Observateur, Der Stern, Life, Look, New York Times Magazine, Washington Post, The New Republic.
Entre los numerosos galardones y reconocimientos que ha recibido, el que más se destaca es el Doctorado Columbia College de Chicago. También recibió en Italia la medalla de oro como "benemérita de la cultura" y en el 2006, España le otorgó el Premio Luca de Tena, aunque no pudo estar presente para recogerlo.
Se retiró a principios de los noventa a causa de una grave enfermedad, pero decidió volver a escribir después de lo ocurrido el 11 de Septiembre de 2001 en Nueva York. Desde que rompió su silencio con La rabia y el orgullo, ha dedicado sus obras a defender la civilización occidental, no frente a la musulmana, sino frente al fundamentalismo islámico. Esos polémicos escritos le han causado no pocos problemas, sobre todo más de un juicio por difamación contra el Islam y campañas en su contra, aunque cuenta también con numerosos defensores.
Algunas de sus obras más importantes fueron:
• 1956 — I sette peccati di Hollywood (Siete pecados capitales de Hollywood)
• 1961 — Il sesso inutile, viaggio intorno alla donna (El sexo inútil)
• 1962 — Penelope alla guerra (Penélope en la guerra, Barcelona, Noguer y Caralt Editores)
• 1969 — Niente e così sia ("Nada y así sea")
• 1974 — Intervista con la storia (Entrevistas con la historia, Barcelona, Noguer y Caralt Editores, 1986)
• 1975 — Lettera a un bambino mai nato (Carta a un niño que nunca nació, Barcelona, Noguer y Caralt Editores, 1990)
• 1979 — Un uomo (Un hombre, Barcelona, Noguer y Caralt Editores, 1984).
• 1990 — Insciallah. ("Inshallah")
• 2001 — La rabbia e l'orgoglio (La rabia y el orgullo, Madrid, La Esfera de los Libros, 2002).
• 2004 — La forza della ragione (La fuerza de la razón, Madrid, La Esfera de los Libros, 2004). Se apunta a la tesis de Eurabia y acusa a la izquierda europea de ser "antioccidental". Es una secuela de La rabia y el orgullo.
• 2005 — Oriana Fallaci intervista sè stessa - L'Apocalisse (Oriana Fallaci se entrevista a sí misma - El Apocalipsis, Madrid, La Esfera de los Libros, 2005). Hubo una primera edición en 2004, que no incluía el largo epílogo «El Apocalipsis», con el título Oriana Fallaci intervista Oriana Fallaci.
Los últimos años de su vida vivió en Nueva York, donde mantuvo una larga lucha contra un cáncer de mama al que denominaba "El Otro". Ante el agravamiento de su enfermedad regresó a Italia, donde falleció en un hospital de su Florencia natal el 15 de septiembre de 2006.


Dod2009

domingo, 6 de septiembre de 2009

¿Cómo ser de izquierda y no morir en el intento?

“Hay quienes dicen que la izquierda es el resultado
de una derecha revolucionaría”

Como empezar hablar de un tema tan trillado por la historia de los países, sobre todo los países de Latinoamérica, sin caer en lo mismo de siempre. ¿A caso se puede hablar de la izquierda sin nombrar, aunque sea remotamente, a su opuesto, la derecha? Claro que no. La izquierda y la derecha -nos guste o no- siempre han ido de la mano y seguirán así mientras haya una clase política que los respalde (en mayor o menor medida). Estos dos grandes polos opositores que -como todos polos opuestos se atraen o se han sabido atraer según el momento de la historia- han representado sus papeles dentro de la sociedad con gran arraigo y devoción, o por lo menos lo han intentado. Pero sería interesante hacer un recorrido por su trayectoria y así poder saber como se implantó la ideología revolucionaria y socialista en la vida política de los países del mundo y porque pocas veces tuvo resultados positivos.
La izquierda es tomada como la fuerza revolucionaria, la fuerza de la lucha contra los regímenes fascistas y de ideas capitalistas, la fuerza de lucha social por excelencia. Es considerada la fuerza de salvación y restauración del poder a las masas por muchos.
Pero si nos ponemos a revisar las viejas enciclopedias o manuales escolares, encontramos que en realidad fueron pocas veces y en pocos lugares donde esta fuerza encontró un asiento dentro de la historia y logró los resultados deseados, o casi…
Si tomamos el ejemplo de las últimas elecciones en Capital Federal, vemos una inconfundible derrota de la corriente izquierdista. A esta se presentaron siete listas diferentes, y ninguna pudo lograr cumplir con las expectativas deseadas. Estas listas a saber fueron: Movimiento al Socialismo (MAS), Partido de los Trabajadores Socialistas (PTS), Partido Obrero (PO), Frente Izquierda Socialista Revolucionaria (FISR), Convergencia Socialista (CS), Partido Movimiento Socialista de los Trabajadores (MST) y podemos contar también al Partido Movimiento Independiente de Jubilados y Desocupados (MIJD) de Castells.
Pero, ¿Cuál será la razón por la que desde hace varios año la izquierda intenta establecerse con más fortaleza dentro del sistema político, tanto nacional como internacional y no ha logrado hacerlo? Creo que la respuesta está a la vista.
Sin duda, hoy en un mundo lleno de violencia, de desigualdad, de injusticia, un mundo regido por el imperialismo, un mundo en donde más de la mitad de sus habitantes vive bajo el nivel de pobreza, la mitad de estos subsisten con menos de dos dólares diarios y la otra mitad no alcanzan a un dólar. Un mundo en el que nos quieren hacer pensar que sólo unos pocos tienen las soluciones al alcance de las manos y pretenden considerarse los defensores de los más débiles con discursos revolucionarios y anti-capitalistas, cuando en realidad esperan el momento oportuno para hacerse del poder y establecer su propio control autoritario, falto de acción social y visionario hacia un desarrollo totalmente inconstitucional; encontramos a una izquierda desunida, una izquierda falta de coherencia la cual parece haber perdido el curso de su corriente revolucionaria en forma y espacio y a la cual le es imposible una unificación total o parcial.
Ésta claro que después del 2001, ya no se puede pretender seguir gozando de los privilegios con los que se contaba. Pero a pesar de esto, hay quienes insisten en que esas prerrogativas de los poderosos vuelvan de la mano de un Estado que actúa en disconformidad con las necesidades del pueblo. A pesar de ésta realidad, todavía en las ristras de la izquierda hay personajes que creen tener la formula de la verdad absoluta y de está manera poder encabezar solamente ellos la Revolución que concretará al socialismo en esta parte del mundo.
Pero la historia nos devela que de ellos, nadie trabaja en serio para lograrlo. La intolerancia que priva sumada a la proclamación del yo, engendran la defensa de proyectos e intereses minúsculos, en vez de los de la comunidad.
Lo que la clase acomodada de nuestro país está buscando, es recomponer la tranquilidad que supo disfrutar en la década del ´90 y así poder lograr que sus propuestas vuelvan a tener unidad política. Todo esto dentro de un sistema absorbido totalmente por una cultura burguesa, formada por quienes dicen combatirla. De esta manera, no es difícil explicar porque la izquierda no logra una unidad estratégica (cuya quimera se encuentra muy alejada de la realidad), ni siquiera en el marco electoral.
En octubre de 2002, el Instituto de Mercadotecnia y Opinión (IMO), llevó a cabo una encuesta multinacional en los 8 países más fuertes del mundo económicamente hablando. Dicho estudio tuvo por titulo: “¿Hacia dónde avanza el péndulo de la historia?”
La encuesta arrojó como resultado que las sociedades europeas: Alemania, Francia, Gran Bretaña y España, así como Canadá en el norte del continente americano estaban dirigiendo su visión política hacia la izquierda, es decir, hacia cambiar el orden establecido hasta ese momento; les pedían a sus gobiernos más políticas sociales en contraposición a las políticas de mercado que estaban en auge desde principios de la década del noventa. Por su parte Estados Unidos y Japón resultaron ser sociedades que seguían ambicionando llevar aún más al extremo las políticas de mercado, es decir, que el curso de la historia se conservase como hasta entonces, hacia la derecha.
Cuando el IMO publicó el resultado de su investigación multinacional en febrero de 2003 la prensa casi no dio crédito a semejante conclusión del estudio: que el mundo cambiaría en los próximos años su visión de la política económica. Pero en las elecciones del año 2004, el curso de los acontecimientos políticos y los resultados electorales que se vio en la mayoría de los procesos que se dieron lugar a lo largo y ancho del mundo, confirmaron la conclusión de este trabajo: como ejemplo está Brasil, España, Francia, Venezuela y Uruguay.
De esta manera varios países optaron por un cambio radical en las elecciones de sus gobernantes. Esto se debe a que la mayoría se animó a trasladar sus temores hacia una clase dirigente que creyeron apta para poder lograr los cambios que desesperadamente estaban buscando.
Pero, ¿Por qué en nuestro país no ocurrió esto? Tal ves porque las corrientes totalitarias en la Argentina tienen una larga tradición en la historia política del país.
Si pudiéramos sentarnos hoy en día en el diván del padre de la psicología y preguntarle sobre esta tendencia, seguramente nos diría que: a pesar de que el esquema del argentino promedio tiene la propensión a un cambio revolucionario o social, venga del partido del que venga, en el momento del voto –consciente o inconscientemente- deja estampado lo contrario. Esto es debido a que por más cambio que pretenda implementar, su propio ser argentino, no lo deja. Está claro que este “ser nacional” esta dirigido por una derecha bien definida y más fuerte que su propia voluntad.
De esta forma, queda definida la problemática de la izquierda, que se autoproclama revolucionaria, para lograr una alianza. Los condicionamientos que se le ponen a su realización son mucho más reaccionarios, ya que lo que se pretende es una uniformidad de pensamientos sin respetar las ideologías de cada movimiento.
Para finalizar, quizás podríamos preguntarnos: ¿Ellos son los responsables?
Por supuesto. Las políticas empobrecedoras que han desarrollado son las mismas que –como ocurre hoy en Latinoamérica- lograran que los pueblos se levantaran y lucharan contra ese sistema. Sabiendo que es lo que no quieren, lo que desprecian, dejaron de prestar atención a la izquierda tradicional, la revolucionaria, la desunida, la que nunca podrá, con esas características, acercarse a las masas. Un ejemplo claro y cercano es aquel diciembre del 2001.

domingo, 5 de julio de 2009

Filosofía del voto argentino

“Hay quienes dicen que el voto es la primera utopía del pecado”

La moral del argentino, al igual que la mayoría de los individuos, tiende a buscar una solución inequívoca a todas las facetas de la vida.

No obstante, esta moral se encuentra muy aferrada a la ideología del propio ser.

Pero resulta que muchas veces se produce un desencuentro entre ambas, mientras una pretende inculcar actitudes de rectitud a las acciones, la otra sólo se ocupa de obtener beneficios banales que lo alejan de la idea principal.

El ser humano desde que vive en sociedad ha buscado el beneficio propio, aún a sabiendas de estar comprometiéndose con un delito que moralmente le es inaceptable, el mismo que tratará de ocultar bajo la pesada alfombra de la aceptación y acostumbramiento popular.

El faro guía de la ética se desdibuja en la lejanía, mientras que desde las sombras aparece un nuevo pecado lleno de luz y oportunidades.

Las estructuras que presentan las sociedades, claramente anteponen sus metas y beneficios para sacar provecho de las situaciones menos pensadas y así desprenderse del entorno en el que se encuentran.

Pero, por qué hablamos de pecado. El escritor español, Fernando Savater, así lo responde:


El filósofo alemán, Friedrich Nietzsche, en su libro “El Anticristo”, hace una crítica muy elaborada acerca de cómo una ideología -en este caso la del cristianismo- puede trasformarse de su idea principal y transmutar en otra totalmente distinta.

Nietzsche asegura que fue San Pablo quien interpretó, -según su forma de ver y pensar- la palabra, enseñanzas y acciones de Jesús y las volcó en su Evangelio, pero de una forma errada, equivocada y falsa.

También dice: “No quedó otra cosa que lo que este falsificador de monedas entendió desde el odio que podía necesitar sólo él…y de esta forma creó el pecado”.

Lo que Nietzsche intenta hacernos entender, es que el odio, la bronca, el espanto y el miedo nos ponen a la defensiva, haciéndonos bajar la guardia en la frontera de la razón, porque es justamente ahí donde las manipulaciones, mentiras y egoísmos del poder crean estos pecados, que sólo nos ayudan ha interpretar erróneamente la verdadera ideología de nuestro ser nacional. Pecados que día a día se van fortaleciendo, los mismos que inconscientemente acabamos por aceptar y justificar.


Analizando las elecciones del domingo pasado, se deja ver que la filosofía del voto argentino parece haber encontrado una alternativa diferente a la que se le venia planteando y de la cual no podía salir. Pero en realidad es todo lo contrario.

Lo que ha surgido como una nueva epopeya, no es otra cosa que las viejas ideologías unipersonales de bienestar, los viejos pecados que vuelven una y otra vez convertidos en nuevos pecados.

Los nuevos pecados que traer nuevos pecadores que escribirán erróneamente las interpretaciones de la vieja elite política, en el falso testamento de la democracia nacional.

martes, 2 de junio de 2009

Democracia vacía

Las elecciones son el eje fundamental de la democracia donde la representación de ciudadanos e instituciones se refleja a través del voto. El sufragio también es la valoración y aceptación de un sistema electoral en el cual se asientan las bases constitucionales de un país. En cuanto a los diferentes matices que se dan dentro de este sistema, influenciados por los actores intervinientes, determinan la cohesión a favor o en contra de una u otra propuesta.

Estos actores disciernen sobre el grado de influencia que pretenden tener dentro de una comunidad determinada y lograr ser aceptados en cuanto su ideología es rescatada por parte de algunos individuos. Aunque a veces corren el riesgo de quedar enmarcados en sí mismos, porque la sociedad ya conoce sobre las improntas de las deudas contraídas hacia ella, salen igualmente a la pelea en condiciones desfavorables y poco consistentes con una total falta de códigos que ni en el “Reino del Revés” tendrían sentido.

Esto está reflejado en las elecciones legislativas que se realizarán el 28 de junio donde la influencia de los más poderosos del oficialismo, ha creado una situación que da que pensar en cuanto a la legalidad democrática de un sufragio.
En un intento desesperado por no perder la capacidad de autoritarismo recurrente, a la cual nos tienen acostumbrados ciertos personajes muy poco elocuentes, se ha realizado una maniobra casi magistral, dándole una vuelta de tuerca más a la ya muy falseada rueda de la fortuna política, las “candidaturas testimoniales”.

Con el apoyo de algunos intendentes del conurbano bonaerense y otros comensales que dieron el visto bueno a la presentación, se conllevó a la formación de la lista de candidatos, la cual no presentó ninguna sorpresa, ya que hace varios meses se venían barajando los nombres que mejor posicionados están en el ranking kirchnerista.
Así es que no solamente los candidatos pueden optar por no ocupar el puesto por el que pudieran ser elegidos, sino que seguramente no lo harán.

Por supuesto la oposición no se quedó atrás. La candidata por Unión-Pro, Gabriela Michetti, también se entregó a los brazos de una tormenta de incertidumbres, puesto que al querer diferenciarse del oficialismo nacional, irónicamente renunció a su cargo como vicejefa de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, después de sólo dos años de servicio, pero con la condición de que su jefe, Mauricio Macri, no la desligue de la cueva de las maravillas en caso de que el genio de la lámpara no le cumpla sus deseos, cosa poco probable pero no imposible.

En cuanto a la lista del Acuerdo Cívico y Social, se ha quedado con lo primero que pudo sacar de una alianza nacida de un brote de sentimentalismo barato. No teniendo nada que perder, supó encaminarse hacia una meta un poco más clara que el resto, o eso tratan de hacer parecer. Con una confianza superadora, que otras veces no les garantizó el triunfo, impugnaron listas opositoras con argumentos verídicos, pero que no tendrán efecto alguno en la justicia.

La importancia de estas elecciones radica principalmente en los efectos que se producirán en los partidos políticos y en sus carreras hacia el 2011.
Más allá de todo esto, lo único que queda claro es que el oficialismo representa sus propios intereses al igual que la oposición, a través de diferentes recursos, siempre sacando ventajas por sobre los demás sin importar los grados de participación ciudadana producto de un país cuyas páginas en blanco conforman el libro de la democracia vacía.

lunes, 20 de abril de 2009

Críticas Argentinas

“La crítica es la razón del ser,
                             siempre y cuando no me critiquen a mi”

                                                                                            A.N.



En Argentina hay una deuda muy grande con la sociedad por parte de la mayoría de los gobiernos que han pasado por la administración del país, una deuda que no es fácil de saldar y que muchas veces reabre heridas que creíamos cerradas. Es la deuda que no nos deja ser lo que deberíamos ser y que está presente a través de la historia -que de alguna u otra manera ayudamos a forjar- parándonos frente al mundo en condiciones a menudo poco favorables.

Esta deuda está llena de promesas sin cumplir, de palabras vacías que no llevan a ningún lado y de esperar a que nos brinden la ayuda que solicitamos, la cual nunca llega, es la misma que ha inculcado el sentimiento de que sin protesta, queja o crítica se puede lograr algo.

El argentino promedio tiende a criticar y quejarse de los asuntos más diversos –muchas veces sin conocimiento previo y sólo llevado por las masas- con una falsa realidad que en ocasiones lo enceguece y lo pone furioso, casi funesto ante las demás sociedades del mundo.

Pero dejando de lado las grandes manifestaciones que se han dado a lo largo de la historia del país (ejemplo: actual conflicto campo – gobierno), las cuales para algunos son auténticas y para otros no -cuestión que daría para un análisis mucho más amplio y que no es mi finalidad desarrollar aquí- mi intención es reflejar la critica cotidiana, la que hacemos a un empleado público, a la cajera de un banco…y reflejar porqué esa tendencia a la crítica constante.

En un mundo globalizado donde las cosas cambian a una velocidad que no todos pueden comprender – ciencia, tecnología, etc- con la misma facilidad, hay individuos que para no quedarse atrás buscan una excusa que los ponga en un ambiente de protección constante. Esa protección, esa seguridad ante la posibilidad de una embestida cultural, la encuentran en las quejas que por consiguiente se vuelven críticas poco coherentes y a menudo fuera de lugar.

Este sentido del ser nacional tiene una razón, y queda claro que es una razón muy poderosa a la hora de no permitirnos aventajarnos en situaciones que creemos nos pueden superar.


El no dejar que cualquier otro individuo nos ponga en condiciones de desventaja y la mentalidad del “yo todo poderoso”, hacen sus apariciones con frecuencia y a menudo es por esa forma de comportarnos que caemos en una nube de inseguridad que no nos deja razonar con claridad sobre el por qué de nuestra conducta.

La intolerancia al sentirnos menos que los demás o sentir que nos dejan de lado, como casi despreciándonos, despierta la fiera interna del ego –por otra lado mal logrado- del ser argentino y hace que nos pongamos a la defensiva y comencemos a engendrar rencores hacia afuera.

Son esos rencores los que provocan que la mayoría veamos el vaso medio vacío y nunca medio lleno.
Esto se refleja claramente en las elecciones. El partido ganador siempre va a recibir críticas por parte de sus rivales, aunque sean críticas sin fundamento alguno. Lo importante es quejarse, criticar, para seguir figurando y no caer en el olvido y de esa manera sentirnos menos desplazados en una sociedad que no sabe de la importancia del concepto de actuar sin recelo.

El creernos “estancieros” en un país lleno de “peones”, nos da una soberbia innata en donde la mezcla de étnias y clases marginadas ayudan a crearnos una falsa ilusión de pertenencia y de control hacia los demás. Pero la realidad nos demuestra que detrás de este aparente control, se esconde una figura vulnerable e insegura la cual nos hace débiles y no es conveniente mostrar.
En una sociedad en la que todos actuamos de la misma forma, la desconfianza de que cualquiera pueda subirse al caballo del patrón crece constantemente y provoca las confrontaciones que llevan a una desigualdad colectiva.

Es la misma desconfianza que tenemos con un empleado público, con una cajera de un banco, con el vendedor de diarios, con el kiosquero de la esquina, con el vendedor de panchos o helados, con nuestros mayores.
La cuestión es que la crítica y el quejarse se han convertido en un deporte nacional y eso no hay quien lo dude, a veces son con fundamentos pero otras no y es ahí donde debemos prestar atención y reflexionar a tiempo sobre qué y por qué nos estamos quejando.

Es verdad que la historia nos ha demostrado que las quejas son la única forma de que nos presten atención, sobre todo con los gobiernos que hemos conocido, pero también es cierto que la tolerancia hacia los demás, puede ser un arma que bien usada nos dará mejores resultado dentro de un mundo en el que no siempre se puede hacer lo que se quiere en el lugar que se debe. Hay normas, leyes y reglamentos que nos condicionan y nos ponen en nuestro lugar, haciéndonos ver la realidad de las cosas tal cual son y no tal cual queremos que sean.