viernes, 20 de noviembre de 2009

“La fuerza de la razón” de Oriana Fallaci

El publicar un libro en el que se debate el cambio de una sociedad, de sus creencias, sus verdades y libertades en contraposición a las facetas humanas más débiles y poco argumentativas de la historia, no siempre hace -por un tema de conveniencia- que los hombres estén dispuestos a emprender el difícil, pero alentador, camino de la verdad y la razón.
Estas conveniencias son las que pretenden ser irrefutables a los ojos de una humanidad que no conoce de pluralismos, pero que a veces encuentra su talón de Aquiles, su Nietzsche, su anticristo encerrado dentro de un individuo al que no le asustan los retos. Las supuestas traiciones que proclamamos hacia los demás y que muchas veces pretenden inculcarnos, pueden llegar a ser tan virtuosas como nuestros peculiares apetitos. Estos apetitos son los que llevan a los efímeros a quemarse en la hoguera o ser encarcelados de por vida por los verdaderos profanos de la verdad.

La indignación se mezcla con la rabia y la rabia no encuentra el desahogo necesario para reflexionar con certezas. Los sentimientos se mezclan sin dejarnos pensar en otra cosa que no sea la injusticia que, día a día, va comiendo nuestras libertades.
Cuando hablamos de falta de libertad, estamos refiriéndonos a la falta de democracia, a la falta de una razón para conllevar las guerras personales.

En el libro “El arte de la guerra”, Sun Tzu, da una importante lección acerca de cómo prepararse para ganar una batalla, de cómo defenderse ante el enemigo y de cómo aprovechar las debilidades de los demás. Ahora, ¿Es posible lograr la paz sin hacer la guerra?
En un mundo utópico en donde la humanidad no esté dominada por la ley del más fuerte, se podría lograr. Pero hay que recordar que la virtud del guerrero se fortalece en el campo de batalla y por lo tanto, cuanto más se batalle más virtudes se le reconocen.
Las virtudes son las que nos hacen ser lo que somos y no podemos ser menos de lo que pretendemos ser. Al contrario de los pacifistas -esos delatores impuros de la prudencia- la hipocresía de la raza humana no deja que los nuevos amaneceres de la razón comiencen a devalar sus cuadros de fraternidad.
Sin duda, la guerra es un acto de pasiones e intolerancias, de bestialidad pura, que sólo pretende consagrar a los reyes de la discordia en el templo de la vida.
La vida se preserva luchando, sin lucha se termina la vida.
Cuestión esta última, que tienen bien en claro aquellos que glorifican la muerte por sobre la vida a raíz de mantener esas pasiones e intolerancia, tanto ideológicas, religiosas, como dogmáticas, intactas y que pretenden imponer ante un mundo cada vez más devastado.

Si peleamos por defender la vida en contra de enemigos internos, cómo no vamos a pelear por defendernos de enemigos externos.
Los derechos de un individuo terminan donde empiezan los derechos de otro. Pero no siempre es posible equilibrar la balanza.
Se crean, a nuestras espaldas, intereses que sobrepasan esos derechos y nos mantienen prisioneros en una suerte de “esto es así, te guste o no”.

El caso de los extranjeros y sus derechos dentro de una sociedad que no es la propia, pone de manifiesto que las personas se encuentran desprotegidas ante la posible envestida institucional, ya que estos mismos intereses creados son culpables, en mayor o menor medida, de la intolerancia y el rechazo que sufren los foráneos por parte de la comunidad de un país. Al ver que sus libertades están siendo debilitadas, se dejan abarcar por un pluralismo relativo.


Hoy en día se trata el tema de la moral religiosa con un poco menos de privacidad.
Hablar de moral religiosa es hablar acerca de las creencias. Creer en la existencia de un Dios todo poderoso, un Alá o un Buda no necesariamente significa que estemos de acuerdo, moralmente, con todas las normas y pensamientos de la religión Católica, Islámica o Budista.
Hay quienes se resisten a creer y sobre todo a ser engañados.
A través de los tiempos, las religiones se han enfrentado unas contra otras a favor, según dicen, de proteger la moral del hombre, pero carecen -muchas veces- de fundamentos lógicos. Y esto es lo que lleva al ateísmo colectivo.
Por otra parte, los que deciden creer lo hacen por una cuestión cultural de cada pueblo, aunque a veces esos pueblos se vuelven fanáticos en sus credos y son los mismos que, por arrogancia, deseo, autoritarismo o cólera pretenden impartirlos como verdades indiscutibles.
Argumentos que la escritora Oriana Fallaci refleja enérgicamente en sus obras y cuya extensa carrera como periodista la llevó a ser corresponsal de guerra en diferentes conflictos del siglo XX, Vietnam, Oriente Medio, Pakistán y Latinoamérica. También logró entrevistar a numerosos líderes y celebridades de su época como Federico Fellini, Sean Connery, Mao Tse Tung y John y Robert Kennedy.
Nacida en Florencia en 1930, su estilo literario es apasionado, controvertido y polemista, siempre fiel a sus posiciones liberales y laicas. Ha tocado todo tipo de géneros, desde la opinión, a los reportajes o la entrevista. Cada título de su trilogía sobre el Islam vendió un millón de ejemplares. Sus libros se han vendido en más de 30 países. Fallaci escribió para muchas publicaciones italianas, europeas y americanas, entre ellas: Corriere della Sera, Le Nouvel Observateur, Der Stern, Life, Look, New York Times Magazine, Washington Post, The New Republic.
Entre los numerosos galardones y reconocimientos que ha recibido, el que más se destaca es el Doctorado Columbia College de Chicago. También recibió en Italia la medalla de oro como "benemérita de la cultura" y en el 2006, España le otorgó el Premio Luca de Tena, aunque no pudo estar presente para recogerlo.
Se retiró a principios de los noventa a causa de una grave enfermedad, pero decidió volver a escribir después de lo ocurrido el 11 de Septiembre de 2001 en Nueva York. Desde que rompió su silencio con La rabia y el orgullo, ha dedicado sus obras a defender la civilización occidental, no frente a la musulmana, sino frente al fundamentalismo islámico. Esos polémicos escritos le han causado no pocos problemas, sobre todo más de un juicio por difamación contra el Islam y campañas en su contra, aunque cuenta también con numerosos defensores.
Algunas de sus obras más importantes fueron:
• 1956 — I sette peccati di Hollywood (Siete pecados capitales de Hollywood)
• 1961 — Il sesso inutile, viaggio intorno alla donna (El sexo inútil)
• 1962 — Penelope alla guerra (Penélope en la guerra, Barcelona, Noguer y Caralt Editores)
• 1969 — Niente e così sia ("Nada y así sea")
• 1974 — Intervista con la storia (Entrevistas con la historia, Barcelona, Noguer y Caralt Editores, 1986)
• 1975 — Lettera a un bambino mai nato (Carta a un niño que nunca nació, Barcelona, Noguer y Caralt Editores, 1990)
• 1979 — Un uomo (Un hombre, Barcelona, Noguer y Caralt Editores, 1984).
• 1990 — Insciallah. ("Inshallah")
• 2001 — La rabbia e l'orgoglio (La rabia y el orgullo, Madrid, La Esfera de los Libros, 2002).
• 2004 — La forza della ragione (La fuerza de la razón, Madrid, La Esfera de los Libros, 2004). Se apunta a la tesis de Eurabia y acusa a la izquierda europea de ser "antioccidental". Es una secuela de La rabia y el orgullo.
• 2005 — Oriana Fallaci intervista sè stessa - L'Apocalisse (Oriana Fallaci se entrevista a sí misma - El Apocalipsis, Madrid, La Esfera de los Libros, 2005). Hubo una primera edición en 2004, que no incluía el largo epílogo «El Apocalipsis», con el título Oriana Fallaci intervista Oriana Fallaci.
Los últimos años de su vida vivió en Nueva York, donde mantuvo una larga lucha contra un cáncer de mama al que denominaba "El Otro". Ante el agravamiento de su enfermedad regresó a Italia, donde falleció en un hospital de su Florencia natal el 15 de septiembre de 2006.


Dod2009