sábado, 5 de febrero de 2011

¿Sociedad igual vulnerabilidad?

“La masificación suprime los deseos individuales, porque el Superestado necesita hombres-cosa intercambiables, como repuestos de una maquinaria”.

Ernesto Sábato
“Hombres y engranajes”


Bien es sabido que el Estado de un país nace ante la proclive necesidad de un grupo de individuos de proteger, ordenar y administrar -a través de diferentes organismos- el nacimiento de la flamante sociedad de la que pretenden formar parte.

También se sabe que por su naturaleza, al hombre se lo ha considerado desde siempre como un animal solitario; que piensa, razona y acciona por si mismo, capaz de resolver las más complejas situaciones, de modificar su entorno mediante sus acciones. Pero es menester mencionar la dependencia que tiene hacia otros hombres, dependencia que se relaciona directamente con el saciar de sus demandas y apetencias.

Desde la prehistoria, el ser humano sintió el apuro, el hado de cohabitar con otros individuos para sobrevivir; se dio cuenta que en su estadía de soledad no podía cazar –por si solo- las enormes bestias y así satisfacer sus necesidades de alimento, vestimenta y vivienda. Comprobó en carne propia lo débiles, vulnerables y frágiles que son las personas ante determinados actos.

Hay varios artículos referidos al narcisismo y la pedantería del ser nacional, ese gen distintivo que nos persigue a todos lados y del cual no podemos escapar, pero ahora quisiera fusionarlo con las vulnerabilidades con las que el individuo social lucha cotidianamente. Vulnerabilidades, que por otra parte, están muy aferradas a estas dos características.

Cuando hablo de vulnerabilidades, estoy hablando de aquellas debilidades que hacen a la vida diaria del hombre, aquellas a las que todos estamos propicios, aquellas que nos toman como rehenes voluntarios o involuntarios, aquellas que -dentro de una sociedad más permisiva y condescendiente- se fortalecen a favor de los atracadores repulsivos de un sistema cada vez menos pluralista.

Fueron esas debilidades, esas vulnerabilidades las que llevaron al hombre a formar parte de una comunidad. Una comunidad enmarcada dentro del gran aparato Estatal. Un aparato estatal que lo arrastró a convertirse en una cosa, en un mero instrumento. Un instrumento que sólo sirve a los fines y exigencias del propio poder político.

De esta forma, el ser humano se deshizo de su condición de “animal” solitario para mutar en un “animal” social.

En sociedad el hombre se percibió seguro, protegido, resguardado. Se sintió parte de un lugar, de pertenecer a una colectividad en la que nadie puede dañarlo, acusarlo, ofenderlo, mal tratarlo o difamarlo; sintió que todos sus derechos, como actor social, estaban asegurados. Aprendió a generar normas y estructuras, reglas de convivencia, estableció jerarquías y roles, aprendió a valorarse y a valorar a los demás, estableció sus propios códigos de ética y dejó impresas –por necesidad y protección- sus trascendencias en las generaciones futuras.

¿Pero, qué ocurre cuando esta maquinaria política se vuelve en contra de la misma sociedad? ¿Qué pasa cuando comienza a perseguir mociones individuales para favorecer a ciertos estratos poco afables a los intereses sociales? ¿Qué ocurre cuando es el mismo Estado el que trastorna a la sociedad y empieza a reflejar las debilidades y vulnerabilidades de cada individuo?

Son estas debilidades, estas fragilidades las causantes –en gran medida- de quedar expuestos ante los más infames persecutores de la imagen de un país y, por lo tanto, quedamos volátiles ante dicha imagen.

Ya sea el reflejo de una imagen positiva o negativa, siempre estaremos condenados a sobrellevar la infructuosa seña que nos da la realidad de la sociedad adictiva en la que vivimos y de la que no podemos o no nos dejan escapar.

Es propicio atender estas adicciones antes de que nos consuman por completo y dejar de sentirnos intoxicados para empezar a respirar, una vez más, ese sentido propio de identidad individual. Aunque es difícil, no imposible. Sólo resta levantar la voz un poco más alto y comenzar a dilucidar un nuevo accionar social.

Dod 2011

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